domingo, 18 de abril de 2010

De los errores, ¿se aprende?

Cometer errores es algo tan natural como la vida misma, y se dice que de ellos se aprende. Pero, ¿es así realmente?

Supuestamente, tras cada equivocación queda una enseñanza que se acumula a nuestra experiencia vivida, como un faro más que nos ilumina el camino hacia puerto seguro. Esto queda bonito cuando lo vemos escrito sobre el papel o cuando se lo aconsejamos a otros, pero ponerlo en práctica nosotros mismos es mucho más complejo. Y si realmente aprendiésemos de los errores, nadie tropezaría varias veces en la misma piedra... ¿A quién no le ha pasado alguna vez?

Como dice el refrán, "del dicho al hecho, hay un trecho". Una cosa es saber qué se debe hacer y otra muy diferente, hacerlo. Es fácil aconsejar a los demás cuando cometen errores, decirles la típica frase "de los errores se aprende", y orientarles para que su situación mejore. Pero cuando se trata de nosotros mismos el asunto se complica. En primer lugar, nos cuesta mucho esfuerzo asumir que nos hemos confundido, y una vez admitido el error, en pocas ocasiones se nos ocurre pararnos a reflexionar por qué nos hemos equivocado y qué tenemos que hacer para evitarlo la próxima vez. Es más sencillo lamentarse, disimular, pensar que tuvimos un mal día o incluso echarle la culpa a otro.

Y no sólo nos cuesta aprender de nuestros propios errores, sino también de las equivocaciones ajenas. En la Historia tenemos cientos de ejemplos, uno de ellos muy significativo: la destrucción y el dolor generados tras una guerra no sirven de lección a otros seres humanos, y cada día surgen nuevos conflictos armados en diferentes puntos del planeta.

En general, nos resulta duro asumir que no somos perfectos, que no siempre acertamos ni escogemos la opción adecuada. Los padres aparentan tener siempre la razón ante sus hijos, los profesores disimulan frente a sus alumnos cuando se equivocan, etc. En lugar de reconocer el error y aprender de él, queremos parecer seres infalibles, algo que nunca llegaremos a ser. Si lanzamos una pelota con un palo de golf y toca tierra más allá del hoyo, nadie nos echará del campo sino que la próxima vez trataremos de suavizar el lanzamiento para hacerlo mejor, o cambiaremos de palo, o pediremos consejo a un experto. ¿Por qué no hacer también ese tipo de ajustes tras las decisiones equivocadas que tomamos en la vida?

Vamos a hacernos un favor a nosotros mismos, permitámonos de vez en cuando meter la pata. El mundo no se detendrá ni el sol dejará de salir cada mañana. Es humano errar, y el problema real no es el hecho de cometer un error sino que no aprendamos de él, que haya sido en vano. Pasemos por fin de la teoría a la práctica, aprendamos de los errores y por lo menos elijamos una piedra diferente para tropezar la próxima vez.

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